Un axioma
lógico diría que “todo en su justo sitio y medida”. Respecto al desarrollo,
¿Qué atañe al Estado Colombiano y qué la Región Tolimense? Si bien el análisis
de este dualismo crucial ocuparía más de una cuartilla, me atrevo a anticipar
que nuestra menguada cultura política asigna al Estado el rol de proveedor de
progreso y a la región el de beneficiaria de la “bondad y sapiencia” estatal,
craso error que lleva a creer que nuestro destino depende de “arriba”, no de la
voluntad regional.
Mientras tal
paradigma guíe la visión de futuro del dirigente regional, ideas esenciales
como peso político, territorio histórico, identidad, espíritu autonómico,
empoderamiento, ciencias aplicadas, cohesión social, formación de capital,
desarrollo endógeno y otras ideas fuerza constitutivas del armazón ideológico
del auténtico desarrollo regional, serán desechadas o tildadas de caprichosas.
Abrevio
diciendo que no imagino a un insigne líder vasco, catalán, portorriqueño,
flamenco, sardo, escocés, gales, quebequense o a cualquier otro comunitario
histórico del mundo, haciendo lobby al “curibito” de su gobierno central para
pedir puestos, permutar el futuro regional por prebendas personales, rogar
auxilios o adular al burócrata casual. No, el genuino líder tiene plena
conciencia de su región no será universal y prospera si inclina la cerviz y no
se yergue desde su identidad para gestionar progreso sobre la base del respeto
a su territorio, su gente, sus recursos y sus derechos.
Sabiendo que
en 1945 se institucionalizo la planeación nacional, deberíamos peguntarnos: en
más de 70 años, a más de apuntalar hegemonías, ¿qué aportaron al progreso del
Tolima estos planes: “Hacia el Pleno Empleo, Desarrollo Rural con Equidad, Las
Cuatro Estrategias, Plan de Integración Nacional, Programa Nacional de
Reactivación Agropecuaria, Cambio con Equidad, Para Cerrar la Brecha, Plan de
Economía Social, Revolución Pacífica, Estado Comunitario, Desarrollo Para
Todos, El Salto Social, Prosperidad Para Todos, DRI, AIS, CONPES, CONFIS, RAPES”?
Estos y muchos más planes sólo han eclipsado nuestro intelecto y castrado
nuestro deber y obligación de pensar.
El adicto a la
egida del DNP debería saber que el Tolima tiene 47 municipios, decenas de
comunas, cientos de corregimientos y miles de veredas; lugares ricos, complejos
y diversos donde vive gente inteligente a la que históricamente le han apocado
su potencialidad y sus sueños, pero que, con un poco de iniciativa, talante
político endógeno, planeación y gestión, dejarían de ser tierra olvidada y se
convertirían en comunidades coparticipes de la dinámica de progreso y
consolidación de peso político específico regional frente al “canto de sirena”
del centralismo absorbente y manipulador.
No creo que
estas ideas quieran ser vetadas porque sí, sin merecer al menos debate; sin
embargo quiero imaginar una disputa, donde un virtual contradictor, afecto a la
burocracia, arguye que soy independentista y que invito a ignorar el orden
nacional, argucia improcedente a la que respondo que en la “democracia colombiana”
el separatismo es inviable, que creo en el espíritu unitario del país, pero con
decoro regional y que divergir no es delirar, como sí lo es adherir “sin ton ni
son” a un modelo económico y político que hunde en el atraso a regiones dóciles
y poco reflexivas.
Lograr peso
político sólido para hacer del Estado un aliado y no barrera del progreso
regional exige optar ante la disyuntiva de seguir en lo mismo o cambiar,
desmitificar la tecnocracia central, idear un original modelo de planeación
regional y signar un gran acuerdo multisectorial por el futuro del Tolima. Todo
ello exige voluntad, mente abierta y coraje para producir un radical viraje
histórico.