Por: Alberto Bejarano Ávila
El edificio del progreso de una sociedad concreta,
histórica, biodiversa y talentosa estriba en tres columnas, económica,
identitario-cultural y política, no en la “largueza” estatal o la mera
inversión como erróneamente creemos. Cuando la columna central, la identitario-cultural,
es blandengue o inexistente, toda iniciativa económica y política resulta efímera,
desatinada, ineficaz o llanamente falaz. ¿No es acaso ésta falla de cimientos
la que “desde tiempos de upa” hace débil al Tolima?
A riesgo de discrepancias digo que viejos y
relativos extremos capitalismo-socialismo, izquierda-derecha y otros, exacerban
tirrias que frenan la cohesión de la comunidad para construir progreso entre
todos. Difícilmente una sociedad concreta debate bien sobre su futuro si la
base del análisis plantea que es “es más fácil que un camello pase por el ojo
de una aguja que un rico se salve”, que el capital es opresor y la pobreza virtud,
que la inversión externa origina bienestar, etc.
Al no ignorar el oprobio neoliberal no caigo en
incoherencia, pero insisto en que basar debates de progreso regional en
variables exógenas sobre las que no tenemos margen de maniobra es inocuo,
impide saber que el “orden mundial” no es faro para el progreso regional (el
asunto es al revés) y oculta que en la matriz identitario-cultural de región
subyacen estrategias económico-políticas que nos harían protagonistas y no porristas”
o “barras bravas” en el match ideológico global.
Quitarse las anteojeras que obligan ver un solo
camino permitirá ver, por ejemplo, que ésta región es rica en recursos
naturales que, siendo todos, hacen del bien común una realidad posible, donde
el pobre prospera, el rico es ético, la gestión pública es proba, es decir,
veríamos con nitidez cómo construir una región acorde a nuestros sueños, así
buena parte del mundo esté mal hecho.
Una apretada cuartilla no es espacio suficiente
para sustentar tesis complejas y por ello abrevio al decir que en economía
somos monotemáticos, sólo argüimos la inversión externa como panacea de
progreso y rehuimos debates sobre democracia económica, cooperativismo,
empresas públicas democratizadas, economía popular, asociacionismo, sociedades limitadas,
fundaciones, apertura accionaria de empresas regionales, sistema financiero
propio, empresas comunitarias, SAS, etc.
En sociedades progresistas el espíritu emprendedor
es virtud silvestre, acá tenemos que crearlo si ansiamos que hayan cambios, pero,
seguro estoy, el clima anímico, ideológico y de principios para que ese
espíritu surja está en la cultura identitaria y no en cicateros abusos de posición
dominante que, al ahondar la inequidad, desalientan, desunen, envilecen y
atrofian la voluntad social.
Pobreza de muchos y avaricia de pocos son signos de
atraso que eclipsan cuando el bien común es el fin supremo y la democracia
económica su estrategia sustantiva. El ejercicio político, la gestión pública y
la acción económica tendrán norte y límite ético si nosotros “todos a una”,
solidarizamos la razón de ser de la riqueza, sumamos al empeño de prosperidad y
evitamos divisiones que hacen eterna esa historia boba que “cae como anillo al
dedo” al “1% de la población mundial (OXFAM), que posee más riqueza que el 99%
restante”, índice que en Colombia seria aún más aberrante.