Por: Alberto Bejarano Ávila
Como buen provinciano creía yo, hasta hace poco, que
el Tolima sufría graves crisis en salud, empleo, vivienda, educación, justicia,
medio ambiente, seguridad, desplazamiento, vías, trabajo infantil, exclusión, Hoy, luego de oír
y cavilar, juzgo que “las tales crisis no existen”, pues crisis en significado
cabal es “situación dificultosa y complicada” pero casual y temporal, mientras
que los infortunios que sufre más del 80% de moradores de nuestra región (y del
país más feliz del orbe) datan de 60, 70 o más años, largo lapso en el que
hemos visto o sufrido el aumento sin pausa de cada problema y, por ende, no
puede ser crisis lo que es decadencia, extravío o ineptitud política, males endémicos
cuyos análisis requieren de memoria histórica, inventiva y perspicacia y no el
trillado lugar común, pues, como falló Einstein, “no es posible resolver los
problemas del presente con la misma mentalidad con que fueron creados”.
Al hilar fino en ésta tesis histórico-política
emerge el error común de creer que votar y elegir es suscitar el cambio. Si así
fuera, en cada trienio o cuatrienio de las anteriores 6 o 7 décadas el progreso
social habría recibido recios impulsos y hoy sería inatajable. Otra cosa enseña
la realidad llena de miserias crecientes: lo electoral es ritual cíclico para
ungir en frágil democracia relevos o continuidades de una clase política
funcional y no seminal, es decir, de personas (de buena fe muchas) que sólo se
ocupan de lo secundario, normativo o efectista, más no de idear inéditas y
sesudas estrategias de desarrollo y ejercer lideratos para construir la nueva
historia del pueblo tolimense. Para no fungir de moralista tontorrón, omito
aludir al político no ético, asunto preocupante que atañe a investigadores,
denunciantes y autoridades.
¿Qué hacer para que votar y elegir sean actos de cambio?
La respuesta parece sencilla: ¡forjar otra mentalidad! Ya en el siglo XIX el
milanés Carlo Cattaneo decía que "los pueblos que se hacen pequeños en sus
pensamientos se hacen débiles en sus obras", sentencia que podría avivar
la decisión colectiva de exorcizar dogmas anacrónicos, refundar la razón histórica
de la democracia, objetar el centralismo y avivar la voluntad y el espíritu
renovador de militantes políticos, organizaciones sociales, líderes económicos,
grupos de interés y actores culturales. Todos (incluso el mimado por el statu
quo) debemos admitir que es nocivo perpetuar círculos viciosos, errado oír
llamados electorales sin proyecto político claro ni lógica regionalista y
atinado ignorar a quien pregona cambio mientras ejecuta acciones para que nada
cambie.
Porfío en que sólo un boom regionalizador parirá la
Colombia nueva y que el Tolima será ejemplo de región pujante si sus dirigentes
sociales, políticos y económicos se niegan a prohijar cortoplacismos,
pequeñeces y fábulas, si sus debates y acuerdos se inspiran en ideas regionalistas
y autonómicas y si optan por una visión de sociedad compleja, cohesionada por
su identidad y motivada por retos históricos signados en un modelo de
desarrollo que declara sagrados sus recursos naturales, su medio ambiente y su
justo derecho a esa prosperidad incluyente que sólo han logrado aquellas
comunidades que sabiamente decidieron validar su democracia política con hechos
innegables de democracia económica.
El talento es riqueza y no debe emigrar; el futuro
se construye aquí, no en lejanía; el hacedor de atraso debe mutar a creador de progreso;
la dialéctica de derecha e izquierda debe revelar nuevos paradigmas; la cultura
política se debe airear con tesis de desarrollo endógeno y, so riesgo de jamás,
es tiempo de inaugurar otra mentalidad y talante. Sólo signos y hechos históricos
renovadores enmendarán lo denunciado por “Emiro Kastos”, allá en 1879, (cita de
Hernán Clavijo): “en Ibagué se vive despacio, sin preocupación, casi sin
interés”.