Por Alberto Bejarano Ávila
Pregunto: ¿Empleados oficiales y dirigentes
políticos y gremiales alardean de su sapiencia sobre temas de desarrollo? ¿Pululan
teóricos y expertos del desarrollo? ¿Gobernación, municipios e instituciones
construyen y ejecutan “sesudos” planes de desarrollo? ¿En el Tolima abundan los
recursos de todo orden? Como unánime ha de ser el sí a estas preguntas, unánime
debería ser la incógnita: ¿por qué no hay desarrollo? Esta absurda e insultante
sinrazón amerita examen.
Sí desde tiempos remotos la realidad
cotidiana revela que los dirigentes de esta región rica en recursos cabalgan orondos
sobre fábulas de desarrollo mientras que miles de personas sufren pobreza,
marginación e incertidumbre, resultaría vital saber porqué los estamentos tolimenses
se resisten a hacer alto en el camino para buscar con audacia, entereza y buen
juicio, explicación al tolerado y continuado derroche de teoría estéril o
engañabobos. Sabiendo que entereza, audacia y buen juicio para aceptar yerros y
corregir caminos no son justamente nuestras mejores virtudes y que no faltará
el defensor de oficio del atraso tolimense que, embejucado, intentará descalificar
esta apreciación, conviene entonces anticiparse para sugerir dos líneas de juicio
demostrativo.
Una: escudriñar la línea del tiempo para saber
si el Tolima vivió momentos de lucidez intelectual, rectitud política y sentido
de sociedad; si las instituciones originarias perviven o si se extinguieron por
efecto de la invasión de especies extrañas, agresivas y depredadoras; si el
espíritu fundacional de las organizaciones históricas, públicas y privadas,
sigue vigente o si degeneró hasta el punto de que hoy sus mentores, creyéndose
emprendedores, solo ambicionan contratar para “ganar centavitos”; si los
relevos generacionales obedecen a dinámicas evolutivas o decadentes; si hemos
construido identidad y pensamiento regionalista o si caímos redonditos en la
adicción y sumisión a matrices de pensamiento urdidas por centros de poder
allende a nuestros límites.