PERIÓDICO EL PÚBLICO

CARLOS ORLANDO PARDO: LASHUELLAS MEMORABLES DE SIMÓN DE LA PAVA SALAZAR...


CARLOS ORLANDO PARDO: LAS HUELLAS MEMORABLES DE SIMÓN DE LA PAVA SALAZAR LAS HUELLAS MEMORABLES DE SIMÓN DE LA PAVA SALAZAR Simón de la Pava Salazar .A los 97 años se detuvo para siempre el corazón del prestigioso intelectual tolimense Simón de la Pava Salazar. Conformó parte de una familia de profesionales destacados y a lo largo de su fructífera existencia dejó una huella memorable en el campo del derecho, la historia, la literatura  y la academia. Se trataba de un conversador exquisito cuyas famosas tertulias con poetas, compositores y novelistas se volvieron tradicionales y añoradas y donde era fácil deducir, por su conocimiento de la historia, la política, el derecho y la región, una inteligencia privilegiada. Había nacido en Cajamarca en 1917 y fue egresado ilustre del colegio de San Simón y de la Universidad Libre en derecho y ciencias sociales. En el ejercicio de su carrera se desempeñó como juez de instrucción criminal, penal, del circuito, del trabajo y civil del circuito.
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Tengo un recuerdo vivo de ese sábado en la universidad. Era un estudiante que participaba por ráfagas. En ocasiones pasaba inadvertido y en otras era locuaz. Sus experiencias como docente rural varias veces ilustraron los debates sobre derechos humanos en la maestría. Durante clase lo noté taciturno, con mirada bruna y distante. Al terminar la jornada me abordó mientras bajábamos las escaleras. Profesor quiero conversar con usted,  me dijo sin rodeos. Acordamos un sitio para tomarnos un tinto.
Mientras se acomodaba en la silla, me dijo que prefería una cerveza, que si ordenaba lo mismo para mí. Dos botellas heladas nos trajeron a la mesa. Su voz era firme aunque se notaban los esfuerzos que hacía para que no se quebrara. Vivía en la misma escuela donde trabajaba en una vereda apartada de un municipio del sur del Tolima. Allí la insurgencia era dueña y señora del territorio y todo lo controlaba. Nunca se metía con él aunque si lo convocaba a las reuniones con la comunidad. Los pobladores estaban acostumbrados a su presencia permanente. Su esposa y sus dos hijos residían en Ibagué. Ella tenía un pequeño negocio que atender. No querían que sus niños crecieran en medio de ataques, bombardeos, retenes, vuelos nocturnos de helicópteros y aviones fantasmas, y la zozobra de la guerra.
Una tarde, ocho años atrás, llegaron a la escuela dos hombres armados y con los uniformes que usa la guerrilla. Uno era algo mayor y el otro joven. Nunca los había visto. Los niños ya no estaban. Pidieron agua y se sentaron en el suelo a conversar en voz baja. Esto no era usual. Empezó a oscurecer y seguían allí. El miedo fue creciendo. Súbitamente, el hombre mayor empuñando su fusil y amenazándolo, lo obligaron a entrar a la habitación. Pese a su resistencia y sus gritos de auxilio no escuchado, lo violaron…
Al otro día, todavía lleno de pánico, se desplazó hasta el pueblo buscando ayuda médica. El galeno al escuchar su historia le hizo preguntas maliciosas. Eso empeoró su situación. Si ponía la denuncia ante las autoridades podría correr la misma suerte que con el médico. Y se exponía a las represalias de quienes mandaban en su sitio de trabajo. Además era vergonzoso para un varón contar que había sido abusado sexualmente. Más allá de los daños en su integridad física, estaba la humillación sufrida, el sentimiento de culpa y de suciedad, la vergüenza social y el temor a ser ridiculizado en su masculinidad. Optó por guardar silencio.
Su dolor reprimido nunca se calló y lo acompaña a todas partes. Dos años después le contó a su esposa. No comprendió y lo abandonó dejándole los hijos. Él sigue enseñando.

La violación masculina en la guerra siempre ha existido. No es tan frecuente como la de las mujeres pero existe. Es una forma de humillar a los vencidos. No sale a flote ni se denuncia por los estigmas sociales. Pero es un drama real y vigente. Prepararnos para la paz es también prepararnos para dar trato integral y humano a este tipo de víctimas. 

Por: Alberto Bejarano Ávila

Para soslayar “la política” (un ratico) pensé escribir sobre emprendedores, talentos y otros temas, pero cordiales sugerencias hechas al anterior escrito (“los chachos de la película”) instan a ampliar lo allí dicho. Nadie negará, creo, que el desarrollo logrado por muchas sociedades es obra de personas de carne y hueso, pero al afirmar que nuestro atraso también es obra de personas de carne y hueso, algunos confirman el juicio, valga decirlo, pero otros “se hacen los locos”, lo tachan de ambiguo o ficticio y, claro, no falta la voz airada. Tan recurrente y acusadora evasiva y rezongo impiden reconocer lo errado y anacrónico de las ideas o paradigmas políticos y económicos del desarrollo que por decenios alcahuetearon ineficacia, poquedad y no poco impudor en el Tolima.

La democracia regional (?) jamás se nutrió de tesis y antítesis que dieran lugar a una visión correcta de futuro y, por ello, el análisis histórico, prospectivo y estratégico derivado de la política auténtica es atributo que la región nunca ha conocido, pero sí, debemos decirlo, redundamos en vacuidad, refritos, “copialina” y argucia politiquera. ¿Por omisión o por acción, existe el culpable político del atraso? Sí existe  y de modo resumido y con obvias limitaciones lo intentaré demostrar:
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Las costumbres familiares cambian con cada generación. En unos casos mucho.  De ninguna manera traigo a colación estas reflexiones por nostalgia, sino porque considero que se cometen errores que redundarán en perjuicio de los que menos deben pagar los platos rotos. Me refiero a la educación de los hijos en los hogares.
Hoy es costumbre que los padres le ayuden y en muchos casos, les hagan las tareas a sus hijos. Casi siempre es la madre la encargada del tema. Parece que da orgullo que a los hijos les vaya bien en el colegio, así toque hacerles sus deberes mientras ellos chatean, hablan por celular, navegan en internet, ven televisión, juegan con sus amigos o simplemente descansan.
También se ha hecho costumbre, que los padres quieren ser amigos de sus hijos. Desearían ser sus mejores amigos y algunos de eso se jactan. Si bien es cierto que las brechas generacionales no son insalvables, es anormal que un niño tenga como mejor amigo a un adulto, sin importar si es su padre o su mamá. Los niños debes ser amigos de otros niños. Los padres debemos estar cerca, siempre atentos a ayudarlos, a colaborar a que ellos aprendan sus responsabilidades para la vida, pero dejándolos ser niños o jóvenes… Otra costumbre, sustentada en dudosas teorías psicológicas sobre el desarrollo infantil, es la de hablar con los niños de manera franca y clara, como se dice a “calzón quitado”. Se encuentra uno con padres tratando de entender temas difíciles para poder hablar sin rodeos con su hijito de 5 años…
Por: Carlos Orlando Pardo

La verdadera historia de la literatura colombiana se encuentra en la suma de lo hecho en las historias regionales. Lo que se ha cumplido en la Costa y en el Tolima, en Risaralda o en Nariño, ofrece no sólo un inventario de lo que no tienen en cuenta los especialistas, sino una aproximación a libros y autores que por ellas no se quedan en el olvido rutilante. Es lo que acaba de reintentar, de manera más amplia, un fervoroso lector y entusiasta buscador de valores perdidos. No se trata de jugar al chovinismo regional sino de destacar a quienes han hecho obras literarias en los diversos géneros. Son creadores del país con origen en un lugar de él pero que comportan, no pocas veces, un decoro estético digno de ser tenido en cuenta y hasta comunes denominadores por la influencia de la provincia. Conocía de años antes la investigación de Benhur Sánchez Suárez sobre el mismo tema y que luego con cada edición fue ampliando y examinando de manera devota Félix Ramiro Lozada. Hace poco hice un comentario a un valiosísimo conjunto de ensayos de Jorge Guebelly sobre El humanismo en la literatura huilense y cuyo libro me dejó la fascinación de la profundidad. Todo esto significa de qué manera y por fortuna, los escritores, narradores y poetas de este sector del país producen inquietud como para generar análisis, inventarios, valoraciones y libros como los que he referido. Por no pertenecer a las élites bogotanas ni a las roscas que se reparten favoritismos, becas, viajes y concursos, a los escritores llamados despectivamente aldeanos o locales se les margina e ignora como una forma de matarlos. De allí la trascendencia de juiciosos estudios como el que presenta el periodista cultural, docente y creador Félix Ramiro Lozada. Hemos seguido sus pasos como lectores leales de sus trabajos y conocedor del esfuerzo y la dedicación que esto implica, se entiende cómo, una literatura con tantos nombres no puede terminarse ni ser desconocida, así muchos pertenezcan a un pasado reciente o remoto pero que han construido no sólo una identidad sino una tradición, asunto de no poca monta. Es sobresaliente el proceso evolutivo de estos autores que pueden rastrearse en la selección de textos y documentos que compila el investigador. El conjunto de voces ofrece un coro sinfónico donde cada quien cumple el papel de solista en su momento. El análisis y la antología a lo largo de 364 páginas nos lleva a un interesante viaje en el tiempo y se estaciona en los grandes períodos que ha tenido la historia nacional con sus representantes más osados. Desde los tiempos de la conquista y la colonia hasta el período de la Independencia tienen aquí su espacio y concluye con el desarrollo de la literatura en el Siglo XX para enfocar con tino la presencia de los historiadores que han cumplido en el Huila un papel definitivo para aclarar caminos. No se quedan atrás los grupos al estilo de Los Papelípolas que brillaron en el país por su talento ni la literatura posterior a ellos, llena de figuras nacionales. El que llegue hasta los días que corren demuestra un seguimiento fervoroso para quienes han ejercido el oficio con dedicación y allí tienen su sitio. Acompañados al final de una cuidadosa ficha biobibliográfica y los datos relevantes de cada escritor, el libro nos deja la impresión de convertirse en hito y documento indispensable para conocer a quienes representan con altura las letras en esta hermosa región de Colombia. Tamaño esfuerzo de no pocos años persistiendo en un esfuerzo descomunal, convierten de nuevo a Félix Ramiro Lozada en un estudioso imprescindible que hay que mirar con respeto y atención. No deja de ser apasionante emprender este viaje seductor por la literatura, el mismo que el poeta ha cumplido con la del país como su contribución gigante para una nación necesitada de conocer a sus vitales soñadores desde el mundo de la palabra.
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Platón, el filósofo griego, enseñaba que la sabiduría no tenía nada que ver con la opinión, a la que denominaba doxa y a la vez,  como la forma menos confiable del saber. Para alcanzar un saber verdadero, Platón postulaba la necesidad de someter el conocimiento a discusión colectiva para, escuchando y confrontando diferentes argumentos y puntos de vista, ir decantando y elevando el conocimiento. Este proceso lento y esforzado de ascenso del saber, lo llamó Platón episteme. Un punto clave en esta metodología para construir conocimiento era la reflexión. Es el acto mediante el cual una persona revisa lo actuado, lo sopesa, lo confronta y al evaluarlo puede descubrir errores, debilidades y falencias y en consecuencia, si es del caso, corrige, modifica o rechaza creencias y comportamientos.