PERIÓDICO EL PÚBLICO
Por: Alberto Bejarano Ávila
Las evidencias del atraso son numerosas: desempleo, subempleo, pobreza, analfabetismo, clientelismo, corrupción, inseguridad, marginación, deterioro vial, caos urbano, migración, fuga de talentos, pésimos servicios públicos, escasa inversión pública, dispersión social, males endémicos y muchas otras máculas que el lector podría agregar. Quien sopese objetivamente estas evidencias en el contexto local aceptará que Ibagué es municipio subdesarrollado y quizás se pregunte de dónde y porqué surge el cuento de que es ciudad prospera o en vía de prosperidad.
No es malquerencia o “ganas de jorobar”, es zozobra por la equivocada visión y gestión del desarrollo y el tiempo perdido (no de ahora, de siempre) lo que motiva a solicitar al Señor Alcalde y al respetado Concejo Municipal de Ibagué no insistir en las fotomultas y enmendar la práctica de tercerización laboral y de gestión. Ustedes saben que el desarrollo es tema complejo, que precede y va mas allá de lo económico, que no cualquier negocio per se supone desarrollo y que por ética política la empresa pública debe generar progreso social, cosa que en la realidad no sucede, pues casi todo “negocio publico” causa desinversión, debilidad del erario, frustración social y sospechas. Si bien esto es sabido, creo, no están demás algunos argumentos y ejemplos. Veamos:
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Un problema en la ciudad, que muchos desconocen y algunos no quieren ver, es el de las pandillas juveniles. Crece el número de barrios asolados por este problema y preocupa la indiferencia de las autoridades frente a él.
Las pandillas juveniles son pequeños grupos de muchachos y muchachas unidos por lazos de afecto, afinidad y solidaridad. Estas afinidades pueden ser variadas: amor por un equipo de fútbol, por un tipo de música, un estilo de vida, gusto por la droga o por fines delictivos, entre otros. Desde el programa de ciencia política de la Universidad del Tolima se realizó una investigación en barrios del extremo nor-oriental de la ciudad en la comuna 7. En sólo cuatro barrios encontraron 4 pandillas y una alta inseguridad.
Las características de los integrantes de estas pandillas fueron: núcleos familiares rotos, sentimiento que el estudio no les ofrece futuro, falta de reconocimiento social y familiar, marginamiento, tejido social escaso, violencia intrafamiliar y consumo de sustancias sicoactivas. Elementos comunes son el microtráfico y el comportamiento violento. Al entrevistar a algunos pandilleros se hizo evidente la falta de afecto en sus vidas, el maltrato crónico en el seno de sus hogares y el contacto temprano con el consumo, con expendedores de alucinógenos y el abandono del estudio o del trabajo.
Por: AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA
La forma como conocemos y aprendemos en Occidente no permite que el respeto se interiorice a medida que crece nuestro saber. Todo lo contrario. Nuestra manera de aprender entraña la negación del otro, el irrespeto y por lo tanto, es generadora de comportamientos violentos. Se nos ha enseñado que el mundo existente es igual para todos. De igualmente que conocer es hacer una representación mental o interior del mundo que existe allá afuera. De tal forma que mientras más detallada sea la imagen interior que se construya del mundo exterior, más coincidirá con los objetos que existen en la realidad fuera de nosotros. Eso lo asumimos como conocer…
Nadie conoce de igual manera. Cada uno conoce con su propia anatomía que es diferente en cada persona, con su propia historia, que es diferente aunque se viva bajo el mismo techo, y con su inteligencia, experiencia, sueños, miedos y limitaciones. Quiere decir que la imagen del mundo que cada ser humano de Occidente construye, difiere de la de los otros, aunque miren la misma realidad. Los problemas surgen con la creencia que la manera de conocer es universal, igual para todos, y que las imágenes que construimos deberían ser iguales o similares  para todos.
Entonces, se piensa que lo que cada uno conoce es la realidad y que lo que conocen los demás debería ser IGUAL a lo que uno conoció. Si esto no ocurre es porque los otros están equivocados, conocen mal o son de mala fe. El que conoce piensa que tiene un acceso privilegiado a la realidad y que lo que conoce es real, objetivo y además, verdadero. Los que conocen diferente estarían equivocados y su saber falso. En palabras simples, el conocer nos enseña a negar a los otros por el hecho de conocer distinto. Y como el otro está equivocado para qué escucharlo y por qué respetarlo…
Esta manera de conocer nos lleva al dogmatismo, al individualismo cerrero y creernos portadores de la verdad, a no querer escuchar al otro, a querer tomarnos siempre la palabra y nunca la escucha, a actuar y no a reflexionar. Mire con cuidado las discusiones que se arman en Facebook, por ejemplo, y encontrará el irrespeto y el adueñamiento de la verdad en los que discuten. Igual ocurre en la arena política, en el deporte, en las universidades, en los barrios y comunas, en los medios de comunicación, en la escuela…
Para tratar de convivir se inventaron la tolerancia. Que es una negación del otro pero que se posterga, que se aplaza. Es decir, el otro está equivocado, pero no lo contradigo, simplemente lo tolero.

Para construir convivencia debemos entender que cada ser humano en Occidente conoce distinto y que la vida en comunidad requiere comprender que nadie es dueño de la verdad, que ella es construida socialmente, por lo tanto, realizada por todos. Si nadie tiene la verdad, la convivencia se da en la medida que asumamos que tenemos que respetar al otro, no por equivocado, sino por diferente, distinto y diverso. Entonces se requiere respeto y aceptación del otro y no tolerancia o negación aplazada.
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Por estos días y por todos los medios se habla de paz. Es el tema de conversación en muchos espacios de la vida local y nacional. Es un tema válido y legítimo. Pero la paz no es un tema exclusivo de gobierno y actores armados. Tampoco sólo de las víctimas. La paz requiere el aporte individual y colectivo de muchos. Para atemperar la paz cada uno de nosotros debe hacer evidente la violencia que está presente en cada uno de los momentos de nuestras vidas.
Hay violencia en la imprudencia del que maneja moto y quiere adelantar vehículos sin respetar normas, en contravía, por los andenes, o viajar a velocidades no permitidas. Hay violencia en los conductores de vehículos que piensan que la vía es un campo de combate o de carreras. Hay violencia en el conductor que cuando el semáforo se pone en amarillo, en lugar de frenar, acelera poniendo en peligro las vidas propia y ajena. Hay violencia en la autoridad de tránsito que no hace difusión de sus normas ni exige su conocimiento a los ciudadanos…
Por: Carlos Orlando Pardo.
La tragedia de Armero comienza a aparecer tan re­mota como si ya perteneciera a la leyenda. Buena parte de quienes lograron salvarse se encuentran diseminados en varios lugares de Colom­bia bajo el manto de la derrota. En algunos de los barrios de Ibagué es fácil tropezarse con los damnificados cuyas escenas de la hecatombe no han sido borradas de sus vidas. Son variados los esfuer­zos por reunificarlos para compartir siquiera los recuer­dos y la pobreza porque a pocos parece preocuparles su destino. Pero todo es inútil en un mundo donde las noti­cias del día tapan como el lodo las de ayer. Y de ese Armero de ayer quedan en forma marginal unos doce mil habitantes y otro tanto que estaba por fuera al momento de la trage­dia. Todos aquellos que resultaron con identificación o carné de Resurgir llegaron casi a veinte mil, provenien­tes de otros lugares del país y del mismo departamento porque vieron allí la posibilidad de levantar un auxilio, un lote, una casa, servicio médico y algunas nuevas es­peranzas. Para los sobrevivientes nada endulza sus momentos y el recuerdo de su pueblo es una penumbra lejana ence­rrada fantasmalmente en la melancolía. Todo parece pa­lidecido o borrado y en el fondo están las cosas sin alma o el alma misma de las cosas entre un himno precario de muerte, de quietud dolorosa, de multitud de pensa­mientos confusos y la voz de los recuerdos asomando en la conversaciones cotidianas. La memoria de los lugares es cariñosamente triste y las plegarias parecen ilusionar­los en un pronto retorno a los lugares de su inconsolable ruindad. Todo está prisionero en el ramaje del barro y sumidas en la opacidad, apresadas con la decoración de la som­bra gracias a una tempestad desconocida, a una angus­tia espantosa desde la noche siniestra que avanzó sobre ellos con su estertor de muerte en ritmos de avalancha. La evocación de quienes tendían la mano hacia el espa­cio pidiendo ser desaprisionados estaban aún siendo el símbolo. La gente atrapada entre zarzas de barro aullaba en la desesperanza con un angustiado sonido de terror sin un minuto para sentir siquiera resignación y sólo tratando de lograr misericordia. La que hoy es una hoguera lejana en el silencio de una desolación mayor, deja en los so­brevivientes el recuerdo imborrable de una tragedia que las palabras prenden a diario para que no se olvide su nombre y la derrota.
 De sus entrañas y de sus historias se produjeron varios libros, documentales, películas, estudios que se deshacen en medio del moho en fatigosos escritorios de profesores universitarios y por encima de eso el rutilante olvido, la indiferencia y apenas la evocación distraída cuando cada año se conmemoran doce meses más de la tragedia. Ahora cumplimos 29 años y queda por lo menos el ejemplo para que tantos damnificados de las nuevas desdichas que han desgarrado nuestro ánimo no sufran el mis­mo mal de la indiferencia. De manera usual cuando sucede una desdicha, el escándalo, las noticias, los titulares y la movilización tienen su impacto, pero días después alcanzan el olvido de la atención pública. Sin embargo no pocos afectados continúan ahogándose en los problemas que vienen luego de la ayuda inmediata. Todo parece apenas un recuerdo. Al fin y al cabo, como diría Borges, “Toda casa es un candelabro donde las vidas de los hombres arden como velas aisladas”. 
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Hago parte de la Maestría en educación de la Universidad del Tolima. Dirijo la línea de investigación en pedagogía de los derechos humanos. Uno de los aspectos que hemos investigado tiene que ver con los manuales de convivencia escolar (MCE) de las Instituciones educativas (IE).
Desde la Ley general de educación y del decreto 1860 de 1994 está establecido que cada IE debe tener un MCE que se realizará y actualizará con la participación de la comunidad educativa como parte fundamental del Proyecto Educativo Institucional. Se buscaba superar la vieja idea de reglamentos escolares donde primaba el autoritarismo y los deberes estudiantiles. Al abrirlos a la participación se buscaba democratizar y legitimar el sistema escolar.
¿Que hemos encontrado? Que el autoritarismo no se ha desterrado del todo de la educación. Que directivas docentes, en algunas IE, utilizan a su amaño el MCE para hacer de las suyas, resultando en violación flagrante a los derechos humanos.
La mayoría de estudiantes saben que existe un MCE pero  desconocen a fondo su contenido. No han participado en su actualización ni en procesos de socialización. Se sigue pensado por algunos que el MCE es un instrumento para imponer disciplina y obediencia, que la convivencia es aprender a ser dócil, servil acatando sin rezongar toda orden.
La escuela tiene la impronta de la vida misma. Los conflictos y cambios de la sociedad se reflejan en ella, por lo tanto, debe adaptarse a las veloces transformaciones que suceden en la cotidianidad. No hacerlo es vivir desfasada y atropellar a los miembros de la comunidad educativa. Si todo cambia, los MCE no pueden ser estáticos, definidos de una vez y para siempre. El MCE es una herramienta en la que se consignan los acuerdos de la comunidad educativa para facilitar y garantizar la armonía en la vida diaria de las IE. Pero como se dijo, son los acuerdos logrados con la participación de la comunidad educativa, no las imposiciones de un rector o un cuerpo directivo que no les interesa la participación ni la democracia.
Los acuerdos logrados deben respetar los derechos humanos y aportar de manera significativa para la convivencia. Según la norma estos deben servir para la prevención del consumo de sustancias psicoactivas, resolver con oportunidad y justicia los conflictos y ser una instancia de dialogo y conciliación. Empero, tanto el consumo como la violencia escolar siguen creciendo.
Los estudiantes y padres de familia no conocen el MCE, los jóvenes son castigados sin el debido proceso, en ocasiones son desescolarizados ante cualquier conflicto, su derecho a la educación muchas veces es vulnerado y su voz no se escucha. Esto está ocurriendo en algunas instituciones públicas y privadas.

Es urgente que la Alcaldía y su Secretaria de educación organicen un plan de choque para evaluar este problema. Que lideren y vigilen la actualización participativa y la socialización de los MCE para que realmente las IE sean semilleros de paz y concordia. La calidad de la educación también tiene que ver con el ambiente escolar, con el respeto mutuo y la noviolencia.