PERIÓDICO EL PÚBLICO
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Un problema en la ciudad, que muchos desconocen y algunos no quieren ver, es el de las pandillas juveniles. Crece el número de barrios asolados por este problema y preocupa la indiferencia de las autoridades frente a él.
Las pandillas juveniles son pequeños grupos de muchachos y muchachas unidos por lazos de afecto, afinidad y solidaridad. Estas afinidades pueden ser variadas: amor por un equipo de fútbol, por un tipo de música, un estilo de vida, gusto por la droga o por fines delictivos, entre otros. Desde el programa de ciencia política de la Universidad del Tolima se realizó una investigación en barrios del extremo nor-oriental de la ciudad en la comuna 7. En sólo cuatro barrios encontraron 4 pandillas y una alta inseguridad.
Las características de los integrantes de estas pandillas fueron: núcleos familiares rotos, sentimiento que el estudio no les ofrece futuro, falta de reconocimiento social y familiar, marginamiento, tejido social escaso, violencia intrafamiliar y consumo de sustancias sicoactivas. Elementos comunes son el microtráfico y el comportamiento violento. Al entrevistar a algunos pandilleros se hizo evidente la falta de afecto en sus vidas, el maltrato crónico en el seno de sus hogares y el contacto temprano con el consumo, con expendedores de alucinógenos y el abandono del estudio o del trabajo.

Los que son hinchas del fútbol, aparte de su amor por la camiseta y el consumo consuetudinario y mezclado de bazuco, marihuana o alcohol, descargan sus pasiones con los vidrios, puertas o mobiliario de los vecinos. Si se atraviesa un hincha de otro equipo lo agreden y han llegado hasta apuñalarlos. Todos viven armados. El microtráfico es su supervivencia económica. La convivencia en estos barrios se hace muy difícil. Pero la violencia puede tener otros móviles, por ejemplo, castigan la infidelidad de alguna muchacha con un miembro de barra enemiga o el pisar territorios que consideran sagrados y propios. En estos barrios existen barreras invisibles que separan y dividen la vida cotidiana.
Otras pandillas se dedican al delito. Los jóvenes sienten una solidaridad en el grupo que la mayoría no recibe en su hogar, además se sienten protegidos porque saben que el que se meta con ellos se meterá con todo el grupo. Aprenden rápidamente a robar, a traficar y a buscar nuevos consumidores para poder venderles la droga y con el producido comprar lo que anhelan y mantener su consumo personal. Utilizan “carros”, así denominan a los niños que entran droga a sus colegios para distribuirla.

Estos jóvenes que se organizan en pandillas son hijos de la violencia y huérfanos de un estado débil y ausente. Son víctimas de la falta de oportunidades y de una sociedad indiferente donde el egoísmo, el individualismo y la soledad crecen como mala hierba para cosechar centenares de jóvenes que se pierden en el consumo de drogas ilícitas, en la delincuencia y que generan embarazos juveniles, nuevos hogares rotos y ambientes de inseguridad y dolor. La queja mayor de estos jóvenes es que la utilización de su tiempo libre solo les da la salida de la droga y la delincuencia…