Por: AGUSTIN
ANGARITA LEZAMA
Estaba muy
nerviosa. Parecía que fuera su primer día. Mejor, su primera noche. De eso ya han
pasado unos años. Atrás, en la memoria, había quedado la salida atropellada de
su pueblo, dejando a su pequeño hijo al cuidado de los abuelos sin
explicaciones ni cómo rastrearla, y las
múltiples inyecciones que le aplicaron para secar la leche que aun brotaba
generosa de sus senos, en el trabajo que consiguió después de golpear muchas
puertas por varios días. Allí le modificaron la edad en sus papeles para
ocultar que era menor de edad, le pusieron abundante maquillaje con ropa
ajustada y brillante. Alguien en el trabajo fue encargado de enseñarle las
artes del amor, lo que no hizo a cabalidad aquel agente de policía que la
enamoró y la embarazó antes de partir trasladado a otro lugar desconocido y
distante.