PERIÓDICO EL PÚBLICO
SENECTUD IDEOLÓGICA Y MORAL

Por: Alberto Bejarano Ávila
Parece oportuno y necesario meter baza en la inmadura querella coyuntural sobre la cuestión generacional (“viejos y jóvenes”) en la política local y regional, pues no resulta justo y menos cuerdo que un absurdo extravío de perspectiva socio-política arruine aun más el de por sí ya arruinado discurso público que hoy se aviva de cara a las próximas elecciones territoriales.
Para entrar en cuestión, pongámoslo de esta manera: Un niño de diez años es dueño de 70 u 80 años de futuro, un joven de veinte lo es de 60 o 70 años de futuro, un adulto de cuarenta lo es de 40 o 50 años de futuro y un mayor de setenta lo es de 10 o 20 años de futuro. Corolario, el futuro es más de los jóvenes que de los adultos y, por correlación de esta inferencia de la que difícilmente se podrá discrepar, habrá de juzgarse que en cualquier tiempo, del pasado o del presente, el esfuerzo de pensar el futuro fue, es y será un tácito esfuerzo por la perenne juventud y claro, por imperativo ético esos empeños deberán amparar la dignidad de la vejez, so pena de la indignidad y el despropósito del “imberbe” pensador
Ahora veámoslo así: casi todo lo hasta hoy construido en la región de los Pijaos es, esencialmente, hechura de las jóvenes generaciones pasadas o sea por los hoy ya viejos y, téngase en cuenta, que lo hasta ahora construido no es otra cosa que atraso, subdesarrollo, desempleo, fragmentación social, corrupción. Cuando jóvenes, los hoy añositos fuimos dueños y amos del futuro y ¿qué hicimos con él? Poco en verdad, pero eso sí, la experiencia nos faculta para jurar ante lo más sagrado que de no producirse un profundo cambio paradigmático en el discernimiento regional, los jóvenes de hoy, cuando viejos, tendrán que recoger la cosecha de lo que hoy están sembrando: más atraso y más subdesarrollo. Con un prójimo como yo hasta se pueden emberracar, con la historia no, a ella hay que entenderla y respetarla.
El enfoque entonces no debe centrarse en la senectud cronológica, sino en la de ancianidad ideológica que se apodero del pasado, del presente y parece que tiene las garras puestas sobre el futuro regional para seguir produciendo un esclerótico efecto sobre las concepciones de vida y de sociedad, es decir, sobre las ideas correctamente políticas para domarlas y confinarlas a los decadentes ámbitos del politiqueo y la sandez.
Para elaborar una conclusión hemos de recurrir a la anecdótica cercanía de Borges, de Russell y de Sartre con las juventudes de su tiempo, para citar tan solo tres viejos lucidos en la historia. Jorge Luis Borges, quien decía que la democracia es un abuso de la estadística y que tanto los viejos como los jóvenes estamos totalmente a la deriva, Jean-Paul Sartre, aquel que durante los días de Mayo en París del 68, cuando el frenesí del estudiantado ponía en aprietos al gobierno, como buen activista, él repartía entre los jóvenes el periódico la “Causse Du Peuple” y Bertrand Russell, tal vez el filosofo más influyente del siglo XX y considerado uno de los fundadores de la filosofía analítica, de ellos se dice, que cuando estaban en algún lugar público eran rodeados por jóvenes habidos del saber y deseosos de sopesar sus opiniones en la balanza de la sabiduría y, seguramente, ello de por si los convertía en jóvenes sabios.
Es verdad categórica, las ideas no son patrimonio de generaciones específicas, pueden existir jóvenes perspicaces, disconformes con lo tan pobremente construido y ávidos de mejores días y con ellos pueden coexistir jóvenes mentalmente longevos, anacrónicos, con ideas cansinas y complacientes con el statu quo. Pueden existir y de hecho existen, viejos de pensamiento anacrónico, defensores de una pobre ortodoxia, efebofóbicos, intolerantes y con ellos pueden coexistir viejos progresistas, rebeldes, hastiados de tantos lugares comunes, tolerantes y abiertos a las expresiones de la juventud, cuidadores de los nietos de todos porque al no ser eunucos mentales tienen un verdadero sentido histórico que los hace plenamente responsables del futuro, que es precisamente el futuro de las descendencias de todos. El debate generacional como argumento para ponderar o recusar virtudes de candidaturas políticas no es otra cosa que la más patética muestra de puerilidad o de senilidad mental.
Por respeto no debo juzgar el proyecto de vida de nadie pero, en cuento a mí concierne, aspiro a que los años que ineludiblemente se me vienen encima no vengan cargados de ceguera ideológica, de intolerancia, de sectarismo, de viejos y de nuevos odios. Creo que un Tolima joven de espíritu, ambicioso, vital, orgulloso, dignificado por un gran espíritu autonómico y un afán de modernidad, se tendrá que construir a manos compartidas por todas las generaciones.