Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
La corrupción es un cáncer que carcome las instituciones, no importa
si son públicas o privadas porque la corrupción las ha permeado. Lo más grave
es que también ha penetrado las conciencias de muchos ciudadanos quienes han
asimilado la corrupción como algo normal y parte de su vida cotidiana. En el
país creemos que los “vivos” son los que sobreviven. Y que al que se duerme, se
lo lleva la corriente. Entonces la corrupción se opaca, casi desaparece, para
dar paso a la viveza. Por lo tanto ya no se considera corrupto sino vivo al que
aprovecha “oportunidades”.
Son vivos: los que evitan una multa de tránsito pasándole un billete
al policía que va a castigar la infracción. Los que se ganan las licitaciones porque
pagan para elaboran los pliegos y términos de referencia, y que el proceso
inicie y termine en ellos. Los que ofrecen regalitos para acelerar las cuentas.
Los que se dedican a criticar la corrupción para que les tapen la boca con un
contrato. Los que suplantan su trabajo con palabrería o coqueterías sin
resultados medibles. Los que a todo le ponen sobrecostos. Los que se llevan
para su casa los objetos de la empresa, ya sean escobas, resmas de papel,
lapiceros, barras de jabón, computadores, impresoras u otros. Los que cobran ya
sea en dinero o en especie, dádivas para cumplir sus funciones. Los que se
vuelan los topes electorales. Los que quieren colarse por los atajos. Todos
estos vivos no se sienten corruptos ni que lo que hacen sea corrupción.
Por los boquetes que abre la corrupción se riegan grandes cantidades
de dinero. Y esos recursos que se pierden son los que hacen falta para atender
los enfermos en los hospitales; para arreglar las vías; para ofrecer préstamos
blandos para organizar pequeños negocios, estudiar o mejorar parcelas; para
construir viviendas de interés social; para hacer acciones y prevenir
desastres; para construir escuelas, guarderías, parques, puentes, avenidas,
muelles, muros de contención, iluminar polideportivos o espacios de
participación…
Preocupa escuchar a políticos que dicen combatir la corrupción, pero
como un mero discurso de campaña, porque en la práctica, en sus acciones, son
tan corruptos como los que dicen combatir, perseguir y criticar. Pero la
corrupción hay que derrotarla. Se necesita que los ciudadanos se convenzan que
lo que unos se roban le hace falta a todos. Y que la corrupción genera atraso,
miseria, delincuencia, inseguridad, prostitución y otros males. Que no se debe
robar mucho ni tampoco poquito. Hay quienes consideran que el que roba de a
poquitos no roba o que es un delito menor casi descartable y no preocupante.
Estamos en tiempo de elecciones, de promesas y
propuestas. Los ciudadanos debemos reflexionar si queremos mantener lo que
tenemos que a todas luces no es bueno, o trabajamos por mejorar lo que les
vamos a heredar a nuestros hijos y nietos. Un mundo mejor es un mundo sin
corruptos. A la hora de votar no piense de manera corrupta en qué le van a dar,
sino de manera ciudadana, en cual es el candidato que es honrado, trabajador,
conocedor de su oficio y que no prolongará la corrupción.