Por:
Benhur Sánchez Suárez
La última imagen que conservo del
Museo de Arte del Tolima es un ensamblaje en bronce del maestro Ricardo
Villegas, justamente expuesto en las salas del Museo como parte de su
exposición individual llamada por él “Objeto en materia”. La obra en mención se
titula “Constelación del goloso” y es una fundición mixta cuya armonía me
parece sobrecogedora.
Bella exposición, como tantas otras que
a lo largo de 10 años de ininterrumpida labor ha llevado el Museo a los ojos de
los ibaguereños, tolimenses y colombianos para formar un público avisado en los
temas del arte, sensible a la creación artística y dispuesto al diálogo que
crea espacios de convivencia y respeto por la vida de los otros.
Ver la obra del maestro Villegas me
remontó a tantas otras obras importantes exhibidas en la salas del Museo a lo
largo de estos años, todas ellas con una carga emocional de indudable
repercusión en mi formación como artista pero, ante todo, como ser humano.
Resultado invaluable que quisiera
ver repetido en miles de asistentes a las programaciones del Museo y partícipes
de las actividades que a diario acontecen en su sede. Es una vida que palpita,
crece y quiere ser compartida con todos.
No ha sido fácil remontar el paso
del tiempo para ofrecer una continuidad de actividades capaces de recibir los
más altos elogios y colocar al Museo de Arte del Tolima como uno de los más
activos en el ámbito de la cultura nacional.
Exposiciones de artistas nacionales
e internacionales, conferencias, foros, certámenes temáticos, convenios
interinstitucionales, Cine Club, talleres y un sinnúmero de programas
tendientes todos ellos a forjar ciudadanos conscientes de la importancia de la
ciudad y de su entorno, capaces de crear nuevas utopías, cuya puesta en marcha
muchas veces ha tropezado con la indiferencia, la carencia de apoyo y la
incomprensión de sus metas, siempre intangibles aunque siempre concretas.
Diez años no se celebran todos los
días. Pero entre el 2003, cuando inició labores, y este 2013 que ya teje su
ocaso, hay toda una historia de sacrificios y satisfacciones, no sólo para
quienes han tenido el valor de enfrentar las responsabilidades de su dirección y
su permanencia sino para los ibaguereños en general, que deben sentir al Museo
como parte de su cotidianidad y sus valores.
Esta ha sido una década memorable
para todos, pero en especial para su gestor y orientador, Darío Ortiz Robledo,
y para sus directivos, Margareth Bonilla Morales y su eficiente equipo de
colaboradores.