Por:
AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Las
campañas para elegir congresistas están en pleno desempeño. Lo llamativo, más
allá de los jingles insulsos y las propuestas insípidas, es el odio que reflejan
algunas. Unas consideran que atacando el establecimiento con todo tipo de
argumentos, la mayoría falaces e inventados, lograran el favor electoral de los
ciudadanos. Otras, destilan su resentimiento contra los demás candidatos.
El
odio es un sentimiento primitivo, incomprendido y bestial. Es un sentimiento
dominante que obnubila y no deja espacio para la reflexión fuera de él. El odio
no ofrece confusiones. Se odia y ya está. Su objetivo es claro, es perseverante
y la meta es fija: dañar al que se odia. Por eso es primitivo y bestial. Es
totalmente destructivo, carcome conciencias, envenena almas, no entiende
razones y solo aspira a actuar, superando todo obstáculo.
El
odio es un sentimiento traidor y repudiable. Toma el control de las personas y
les hace perder el dominio sobre sus acciones. A nombre del odio se han
desarrollado guerras, masacres, violaciones, venganzas y todo tipo de
vergüenzas humanas. El odio sabe a sangre y hiede a muerte. Las sociedades a
través del tiempo han tratado de reprimirlo, de controlarlo, de apaciguar su
fuego…
Como
la sociedad en general no lo ve con buenos ojos, los que odian lo disimulan y
tratan de aparentar otra cosa. Lo camuflan bajo banderas de patrioterismos, de
defensas a la comunidad, de la fe, de la familia, de la justicia social, la
dignidad humana o la tradición. Y se escuchan, entonces, candidatos que dicen
defender la paz, pero desapareciendo los contradictores. La paz de los
cementerios. También están los que enarbolan estandartes de la defensa de la
democracia y la civilidad, para aprovechar para su beneficio, los espacios de
los que ellos odian.
La
mentira y la soberbia son caretas del odio. Las almas cargadas de rencor, no
pueden pensar, solo quieren actuar. Y candidatos con esas almas no deben estar
en los puestos de dirección. Los grandes líderes de la humanidad como
Jesucristo, Mahoma, Buda, Confucio, Dalai Lama o Gandhi han construido su
doctrina sobre la base del amor y la humildad. Nunca del odio o la soberbia.
Pregonan amor y respeto al prójimo. Exaltan la vida y no la muerte. Pero ahora
quienes pretender liderar nuestro país y nuestra región pregonan rencor,
enfrentamiento, odios y muerte.
Vale
la pena que los ciudadanos que aman la convivencia, que quieren vivir en paz,
que quieren ver a sus hijos y nietos crecer y disfrutar la vida, estén atentos
frente a estos discursos y arengas cargadas de mentiras y engaños que incitan
al irrespeto, al odio, a la guerra, a la muerte. Ante tanta sangre y lágrimas
derramadas, ante tanto dolor causado solo merece construir puente de
entendimiento, de reconciliación, de amor, de olvido y solidaridad.
Los
discursos del odio son siempre negativos. Proponen destruir pero no edificar.
Para votar busque propuestas positivas, realizables, serias y de contenido. Es
posible que le sea difícil encontrarlas. Pero existen. Y cuando encuentre las
que llevan odio piense un instante en usted, en su familia, su ciudad y su país
antes de aceptarlas.
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