Por: AGUSTIN ANGARITA
LEZAMA
En esa oficina las sonrisas siempre eran la mejor
bienvenida para el recién llegado. Ese día fue lo contrario. Rostros adustos,
miradas esquivas, saludos escasos y fríos. El doctor no está, dijeron casi sin
mirarme. Confundido dirigí mis ojos hacia la puerta de vidrio esmerilado que
separa la recepción del despacho de quien iba a buscar. Desde la infancia nos
conocíamos y mucha agua había pasado bajo puentes comunes. La contraluz me
permitió ver la silueta de mi amigo. No entendí por qué se negaba. Pese a saber
que estaba encerrado en la oficina, pregunté a su secretaria, también conocida
de tiempo atrás, si el doctor se demoraba en llegar. Dijo no saber. Sin
preguntar nada más, giré y abrí la puerta de la oficina de mi amigo y entré.
Derrumbado en su sillón, con su cara perdida entre sus
manos y exhalando un aroma de profunda tristeza, me encontré con él. Exitoso
profesional, brillante hombre de negocios, profesor universitario y destacado
ciudadano en la vida pública. Enamorado como el que más de su esposa y de sus
tres hijas, que para él son sus luceros del alma. Lo sorprendió mi intempestiva
entrada. Al instante me reconoció y depuso las armas espirituales con las que quiso defenderse y mantenerse
aislado. Sus ojos enrojecidos por la falta de sueño y el llanto prolongado
esquivaron mi mirada…
Su hija menor, de 14 años, lleva más de una semana
perdida. Al parecer la sacaron del país. Todo indica que una red muy bien
organizada de trata de blancas la contactó a través de las redes sociales y
luego por su correo electrónico. Por esa vía le ofrecieron las maravillas del
modelaje, los lujos y privilegios de las artistas de cine y las posibilidades
de ser prontamente una joven muy rica. Recibió correos con testimonios y fotos
de varias niñas que ya disfrutaban las mieles del dinero obtenido “legalmente”
en las pasarelas y frente a las cámaras de cine. También le explicaron la
importancia de mantener en secreto esta gran oportunidad para evitar la vieja
terquedad de los padres de querer oponerse al futuro de sus hijas con tal de no
desprenderse de ellas. Fueron muchos los contactos donde le mostraban los
beneficios de pasar a ser una mujer independiente, con mucho dinero y sin tener
que pedirle permisos a nadie para definir sus gustos, sueños y compañías.
Las autoridades creen que esa red se mueve desde países
orientales con tentáculos en muchos países. Esclavizan las niñas, las envician
a la droga y las obligan a prostituirse. Por las barreras del idioma, del
secuestro y porque las mantienen bajo alucinógenos y sin dinero, estas niñas
prácticamente, desaparecen para siempre. Pocas han regresado a contar el
pavoroso infierno vivido.
Sin dejar en ningún momento de llorar, mi amigo se
pregunta ¿por qué dejó tanto tiempo sola a su hija metida en su computador o
encerrada en las redes sociales desde su celular? ¿Por qué estuvo tan ocupado
que no previó el peligro que se cernía sobre su hija, si él y su familia la
quieren tanto…?