Siempre
quise divagar libremente sobre temas que suelen abordarse con contertulios en
cotilleos casuales. Dudé en hacerlo al pensar que podría ser tachado de
resentido o “cositero” o que darle asueto a mí firme intención de opinar de
modo respetuoso, propositivo y, en lo posible, sin hurgar en lugares comunes,
pudiera enviciarme al tono irónico, injurioso y fanático que suele estilarse en
los “tinteaderos” donde, sépase, se elabora un exquisito coctel de fábulas,
verdades y prejuicios.
Inicio
asueto aludiendo al milagro metamórfico del lapicero mágico que ocurre cuando
un elegido o nombrado se posesiona del cargo. Aquel, cuya inteligencia lindera
la media de todos nosotros (a veces su CI parece menor), al firmar el acta,
como por ósmosis, el lapicero utilizado le transmite un talento pasmoso que lo
hace neo sabio, su simpatía muta a soberbia, se vuelve sordo y su palabra es
dogma que inhibe toda opinión, hasta cuando lo relevan y regresa adonde nos,
los del común.
Los
no elegidos ni nombrados que admiramos y envidiamos tal prodigio, podríamos
unirnos para exigir dotación de lápices mágicos a efectos de obtener esa fina
inteligencia que permite elaborar discursos célebres sobre el progreso
tolimense y así revalidar la aguda treta lampedusiana de que “todo cambie para
que nada cambie”. Se colige entonces que los nocivos efectos producidos por la
idoneidad que inocula aquel bolígrafo mágico son básicamente dos: que la región
se mantenga al margen de la modernidad y que “el mundo continúe siendo ancho y
ajeno”, sobre todo ajeno.
Acá
algunos somos inefables. Creemos que pensamos porque coreamos lo que piensan en
Bogotá o Washington; no nos oímos entre nosotros, pero oímos bien a fuereños
que poco dicen; pedimos diálogo pero sólo obedecemos el monólogo del “poder”;
cabalgamos en ancas creyendo llevar las riendas del futuro; hacemos apología de
innovación y modernidad pero obramos con practicidad decimonónica; queremos
plato distinto pero sin cambiar de receta y menos de ingredientes.
Creo
que nadie se indignará con la crítica constructiva y menos quien sabiendo que
“como vamos, vamos mal”, igual sabrá que tal desdicha no deriva de la mala
suerte sino de desvíos históricos que impiden climas propicios para encarar con
rigor intelectual, académico, técnico y político el asunto del desarrollo y
sabrá también que una sana intención de construir colectivamente el futuro
exige cambiar arraigados y equivocados paradigmas e ignorar las majaderas
veleidades burocráticas.
¿Cómo
cambiar? A quienes desean que el Tolima salga del atolladero respetuosamente
les sugiero escuchar opiniones hoy tildadas de idealistas y no concretas;
abrirse al diálogo serio y continuado; asumir tareas de progreso con espíritu
incluyente y visión sistémica; reconocernos en la diversidad cultural y
geopolítica del territorio; concebir una arquitectura de progreso pertinente y
focalizada; construir ejes integradores para avivar las sinergias; reinventar
la democracia y el ejercicio político sobre tesis autonómicas. Seguro que por
ahí es la cosa; solo faltaría un poco de buena voluntad.
Adenda: Por
convicción votaré NO a la megamineria en Ibagué. Nuestros nietos y bisnietos
obligan hoy decisiones políticas maduras que les garanticen en el futuro agua
suficiente y no contaminada, un medio ambiente inmejorable y sostenible y
ausencia del espurio interés foráneo sobre nuestros recursos. Repudiaré todo
interés politiquero en este ejercicio de poder ciudadano y expreso que el mío
será voto tácito contra el centralismo mezquino y prohijador de riqueza extrema
corporativa que atiza sin misericordia el desconcierto y la pobreza extrema en
comunidades regionales.