Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Un joven profesional fue a un cajero electrónico y sacó
dinero que necesitaba para algunos asuntos. Luego invitó a su novia a cenar y se
dirigieron a un restaurante de la ciudad. Estaban ubicándose en una mesa
cuando, de manera súbita, dos tipos los amenazaron con un arma de fuego y les
exigieron entregar el dinero. Sabían que había ido al cajero. Al resistirse le
propinaron dos tiros y huyeron. Gravemente herido fue llevado al hospital. Una
herida de aorta le produjo una masiva hemorragia que no se alcanzó a controlar
y murió.
Hace una semana comenté en este espacio sobra las
pandillas en los barrios y como se inician en el consumo de alucinógenos para
tener valor a la hora de asaltos y robos. No obstante, la gran mayoría de
personas con las que conversé sobre el tema, además de un pequeño asombro, se
encogieron de hombros. Algo así como ese es un asunto de los barrios
marginales; yo cuido, quiero a mis hijos y les doy todo lo que necesitan; ellos
no se meterán a ninguna pandilla. El individualismo nos lleva a asumir posturas
de indiferencia frente al dolor y la necesidad ajena. El amor al prójimo no
pasa de ser una retahíla que se repite cuando se ora.
El doloroso asesinato de este profesional me hizo
reflexionar que ese ha podido ser mi hijo o el de alguno de los que miran con
indiferencia lo que pasa y crece en la ciudad. En estos barrios olvidados por
el estado e inundados por la pobreza y la desesperanza, se cocina todos los
días, no siempre a fuego lento, la violencia intrafamiliar, la falta de oportunidades,
el desempleo, embarazos adolescentes no deseados, el abuso sexual infantil, la
drogadicción, falta de futuro, microtráfico y delincuencia. Por lo tanto, es
allá donde debemos poner toda nuestra ayuda y atención. El delito no se combate
sólo con policía, con cámaras de seguridad o con alarmas. Se combate con
recuperación social y abriendo oportunidades. No es con caridad sino con
solidaridad. Tampoco con politiquería. Es acompañando procesos desde y con la
comunidad.
Estoy convencido que más vale un centímetro de acción
que kilómetros de buenas intenciones. Con unos amigos y estudiantes de la UT
vamos a organizar procesos para ocupación del tiempo libre de muchos jóvenes en
algunos barrios de la comuna 7. No será a nombre de nadie en particular. Serán
acciones con las que queremos contribuir. No vamos a discutir si el estado hace
o no. Esa discusión permite a muchos disimular su indiferencia y no hacer algo
considerando que eso le toca a otros. Creo que es una manera de devolverle a
esta ciudad lo mucho que nos ha dado.
Invito a que cada uno piense qué puede hacer por Ibagué.
Cómo puede ayudar a mejorar esta ciudad que decimos amar. Sin alharacas. Con
acciones. Si cada uno se decide a hacer cosas buenas por la ciudad y
abandonamos la indiferencia, el egoísmo y la apatía pronto tendremos la ciudad
que nos merecemos. ¡Manos a la obra!