PERIÓDICO EL PÚBLICO: octubre 2013
EN LOS OCHENTA AÑOS DE FERNANDO
Por Benhur Sánchez Suárez
Gustavo Andrade Rivera, un opita universal como su pariente José Eustasio, organizó en su casa al norte de Bogotá (casi finca) un asado que vino a ser el homenaje que él le hacía a dos escritores colombianos finalistas en el Premio Planeta de Novela en 1968: Fernando Soto Aparicio y yo.
Estaba recién llegado a la literatura, no me había relacionado con nadie, a duras penas veía de lejos a los escritores en conferencias y, por decir lo menos, casi ni en mi casa sabían que yo escribía novelas. Gustavo tampoco me conocía pero se dio sus mañas para localizarme, emocionado porque otro opita había logrado una figuración internacional. Isaías Peña Gutiérrez, quien le facilitó mis señas, también participó en el homenaje.
Carlos Orlando Pardo

Bajo el tema de los diálogos que sostiene el gobierno con los grupos armados desde hace más de dos décadas, no han sido pocos los libros que bajo diversos enfoques se han publicado hasta el momento. He tenido la ocasión feliz de llegar a algunos y en general escritos por autores tolimenses a cuyo cuidado ha permanecido unas veces el proceso, casos de Chucho Bejarano, Carlos Eduardo Jaramillo y Carlos Lozano, entre otros, pero el que acabo de leer del curtido y excelente periodista que es Francisco Tulande, deja diversas sensaciones no fáciles de aceptar y en medio del asombro por sus descubrimientos, hasta ahora secretos, cuyos episodios van deslizándose para ingresar a los lugares y a las palabras, a las circunstancias y los sucesos que terminaron con los esfuerzos para cumplir el anhelo más sentido del pueblo colombiano como lo es aterrizar por fin en el acariciado sueño de la paz.
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Poco a poco, pero sin descanso, el ejercicio de la política en el país viene cambiando. Hace unos años los gamonales políticos eran los que hacían y deshacían. Cuentan que, por ejemplo, el día de la celebración del cumpleaños del Jefe político, en la alcaldía o la gobernación, no se trabajaba. Todos debían asistir al festejo y aportar la cuota económica respectiva. A nadie removían de su puesto, sin importar si era buen o mal trabajador, sin permiso del Jefe. Figurar en la agenda del Jefe era existir, lo que permitía aspirar a cargos, a contratos o a obras para sus barrios, veredas, municipios o familiares. Esto se ha ido reduciendo sin desaparecer.


Por Agustín Angarita Lezam
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El pasado doce de octubre, fecha emblemática para toda América, se realizó con lujo de detalles el evento llamado Sinfonía Ibaguereña por la paz. El plato fuerte fue la presentación de la Sinfonía número 9 en Re menor Opus 125, más conocida como “la coral”, que fue la última sinfonía completa de Beethoven y considerada la más importante y popular de la música clásica.
Ibagué que lleva con orgullo el título de Ciudad Musical, que posee uno de los mejores conservatorios del país, con reconocimiento internacional y con más de 100 años de historia, de donde han salido y estado grandes intérpretes, compositores y solistas, no había tenido la oportunidad de montar la interpretación de esta magna obra, como si lo han hecho grandes capitales del mundo. Se puede decir, sin temor a errar, que no existe agrupación sinfónica en el país que no cuente entre sus miembros destacados con egresados de los conservatorios de Ibagué o del Tolima.
UN MERECIDO LIBRO PARA EDILBERTO


Por Benhur Sánchez Suárez*

Mirada la cultura desde el centralismo, ser de la provincia es, por lo menos, una desgracia. Ella se traduce en el desconocimiento de las actividades que no sean delictivas, como la producción de libros o el arte en general, y la poca trascendencia que se les otorga en los medios a nivel nacional.
Sin embargo, es bueno advertir que en la provincia se producen algunas joyas editoriales que casi siempre obedecen al esfuerzo por darle altura al acontecer de las artes y los artistas de la región. Es el caso de la Universidad del Tolima y del libro Edilberto Calderón, 50 años de pintura, cuya factura no tiene nada que envidiarle a producciones nacionales de parecida intencionalidad.
Edilberto Calderón
El libro me recordó un poco la historia del arte en Ibagué. Y me trasladó al 12 de octubre de 1957, cuando se abrió en el Museo Nacional el Décimo Salón Anual de Artistas Colombianos, después de cinco años de interrupción por culpa de la violencia partidista de entonces. El Salón Anual de Artistas fue instituido por Jorge Eliécer Gaitán cuando era ministro de Educación en el gobierno de Eduardo Santos, a instancias de Teresa Cuervo Borda, y su primera versión se inauguró en la Biblioteca Nacional el 12 de octubre de 1940.
Curiosamente decía el ministro en el acto inaugural que "Otro de los fines que se propone el Ministerio con la institución del Salón Anual de Artistas Colombianos es el crear en el artista una conciencia del valor de su obra, que además de estimularlo en la creación estética personal, lo habrá de capacitar para juzgar y estimar, con meridiana imparcialidad y sin prejuicio de escuela o de tendencia, el arte de los demás".
Por: Alberto Bejarano Ávila

Ibagué cumple años y de aguafiestas resultará oír que cada aniversario de la musical es refrito, liturgia maquinal, formalidad sosa, aspaviento sin afectos ni pasiones, recuerdo sin conciencia histórica, reminiscencia vacía de esperanza. La fiesta de la Villa de San Bonifacio será una edición más del cíclico calco de galantería y lugar común frente a la efigie de López de Galarza, el capitán villabragimense que funge como único personaje oficial de la leyenda, ya que el nativo o actor de los hechos históricos, a esta altura del tiempo, es anónimo, sus raíces culturales aún no se descubren ni se recrean, su significado es adjetivo, no sustantivo. ¿Quién era el Pijao? ¿Quién el ibaguereño? ¿Cuál su pasado? ¿Cuál su destino? ¡Ni fu ni fa!…!

El Matusalén andino, cumple 463 años, lapso de 4 siglos y  63 años; mucho tiempo de maduración para tan poca madurez; tantos sufrires para tan frágil conciencia histórica; épicas luchas para tan poca claridad de futuro; excelsas riquezas naturales y bonanzas prolíficas para tan acusadora pobreza. No sé por qué, pero sé que esta mirada crítica irritará a los duchos en loar lo no loable y a ellos les ruego no se enojen y si se enojan que no sea conmigo sino con la decadencia, la ignorancia y la pobreza, así el enojo les resultará útil.
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Las buenas costumbres, es algo así como una muletilla con la que solemos referirnos a diferentes aspectos de la vida cotidiana. ¿Pero cómo se define que una costumbre es buena? ¿Quién la define? ¿Una buena costumbre es igual en todas partes?
En un capítulo de su excelente texto, “Vacas, cerdos, guerras y  brujas”,  el antropólogo Marvin Harris, nos demuestra cómo a pesar de la creencia de Occidente que los habitantes de la India son unos torpes porque no se comen las vacas, sino las adoran en medio de una pobreza y unas hambrunas impresionantes, que ellos utilizan más eficientemente estos animales, que los que de manera simple las convierten en hamburguesas o filetes suculentos… Para algunos es buena la costumbre de comerse las vacas y para otros es buena la de adorarlas. Ambos grupos creen tener la razón.
Kant decía que la costumbre hace norma, por lo tanto, muchos piensan que mantener la costumbre es lo ideal. Pero esto puede ser equivocado. La verdad inicialmente es un proceso de minorías. La verdad en un principio sería contraria a las buenas costumbres. Con el tiempo, esta verdad de minorías ganará terreno y se convertirá en un asunto de mayorías y de acostumbramientos. Y surgirán otras verdades…
AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Los azucares refinados son, prácticamente, parte de la vida de todos los colombianos. Casi se podría decir que no hay producto alimenticio donde no estén. Se encuentran en los zumos de frutas artificiales (por la televisión se ofrecen a montones), en las gaseosas, los cereales en cajas o latas, caldos de verduras, sopas, yogures, kumis y batidos industriales, helados, chocolatines, galletas, comidas empaquetadas, enlatados, mermeladas, chicles, salsas, bizcochos, bebidas hidratantes, pan industrial, y un muy largo, etc.
Mucha gente no sabe la avalancha de azucares refinados que consume. Ni los daños que ellos le pueden traer a la salud. Estos azucares se presentan en las etiquetas como glucosa, dextrosa, maltosa, manosa, fructosa, sucrosa, sacarosa, entre otros. En general, todos los ingredientes que terminen en “osa” son azucares refinados.
El profesor de la Universidad de Utah en Estados Unidos,  Wayne Potts, realizó una investigación sobre los daños que producen a la salud los azúcares refinados, inclusive consumidos en dosis moderadas. Venenos los denomina. Corroborando otras investigaciones, el profesos Potts, establece una relación entre azucares refinados y los desordenes mentales, incluidos la demencia senil y la depresión. Uno de los más comunes es la hiperactividad, falta de atención y concentración, e incluso depresión, en niños. La relación es directa entre el mayor consumo de azúcar y aditivos en los alimentos industrializados de la dieta de los niños y estos desordenes mentales.
También hay datos sobre los daños en el aparato cardiovascular que induce el consumo de azúcar. Se sabe que aumenta los niveles de triglicéridos, colesterol y de radicales libres, que son tóxicos para el corazón y las arterias.
Un tema destacado en la investigación son los efectos sobre el sistema inmune del organismo. Las enfermedades infecciosas se presentan con mayor frecuencia en niños que consumen habitualmente azucares refinados. Además su recuperación es más lenta.
Es conocida la relación entre azúcar y caries dental. El esmalte de los dientes es el material más duro y resistente que tiene el cuerpo humano. ¿Si los azucares lo debilitan y lo dañan, qué otros daños podrían hacer en el resto del cuerpo?
El azucar por su alta acidez, inhibe la capacidad del cuerpo de aprovechar el calcio y el magnesio, debilitando los huesos y favoreciendo la aparición de osteoporosis y ateroesclerosis. El estudio documenta como el consumo de azúcar lleva a la degeneración de la mácula en el ojo, lo que desencadena pérdida de la visión por el deterioro de la retina. Se habla que a mayor consumo de azúcar mayor posibilidad de sufrir demencia senil, Alzheimer y envejecimiento prematuro.
Todos estos daños ocurren porque en el proceso químico de refinación del azúcar, para hacerlo más blanco y  fácil de disolver en líquidos, se le despoja de casi todos los nutrientes y para poder ser metabolizado por el cuerpo humano, este debe gastar altas dosis de vitaminas, enzimas, oligoelementos y minerales. Es decir, le sale muy caro al organismo el consumo de azucares.

El azúcar debe ser eliminado de la dieta. Inclusive es dañino en pequeñas dosis. Lea las etiquetas para descubrirlo. Si no cuida su salud por lo menos cuide la de sus hijos. La mejor vacuna contra las enfermedades es amor y una buena y sana nutrición, sin azucares refinados ni enlatados. Esto depende de usted.
Por: Carlos Orlando Pardo

Dentro de la selecta colección titulada Poetas Colombianos Siglo XXI que inició Caza de Libros, se destaca el libro Solares de Guillermo Hinestrosa y que fue presentado no sin éxito en la pasada Feria Internacional de Bogotá. Seguro que todos conocen  más a su autor como banquero, un oficio en el que todavía se desempeña, no pocos lo sitúan en su condición de abogado y otros que leyeron sus columnas en diversos medios lo ubican con sus estudios como politólogo en París, pero detrás de estas labores vive y sueña permanentemente un escritor que persiste en una alocada disciplina como si peleara insistente entre el mundo de los números y el de las letras, el de la realidad fría de las cifras y de los negocios durante el día y el de la ficción gozosa durante las noches. Seguro que es este último el que perdurará porque varias son las muestras de su trabajo en la novela, por ejemplo, cuya tarea empieza en 1983, hace ya 28 años, al publicar la primera bajo el título de Los espejos de la lluvia y sobre todo Mañana cuando despiertes que fue editada por Oveja Negra en el 2002. No se trata entonces de una vocación que sale airosa a pasear los fines de semana, sino de un visceral compromiso con la literatura que igualmente se concreta con su novela próxima a publicarse bautizada Por el ojo de una aguja. Sobre estos libros han salido diversos comentarios y criticas que lo favorecen, pero se trata aquí de registrar sus Solares, un libro extraño pero afortunado, donde los editores con razón afirman en su nota de contratapa, que si bien la poesía se infiltra cómodamente en la novela o el cuento, es menos usual que un poemario asuma la tarea de contar una historia. Y aquí está este itinerario angustioso pero bello con un lenguaje que pesa y no deja pasar en vano el periplo de un hombre romántico que busca una segunda oportunidad luego de estar preso de las torturas del infierno, tras haberse iniciado en el solar de los anhelos, el de los cortejos y el de los cantares y cómo no, en el de las desdichas, porque la literatura no es precisamente el reino de la felicidad. Engaños y soledades, incomprensiones y cinismo, descubrimientos y locura van surcando la trama de un protagonista hundido en una atmósfera medieval donde la música y el erotismo no exento de magia pasea por sus páginas. El triunfo y la derrota como dos caras de la misma moneda se levantan bajo la premisa de cómo todo placer tiene su costo y de qué manera las pasiones nos salvan y nos condenan en forma irremediable. Frente a tanto libro de poemas que no nos dice nada y deambulan en un lenguaje abstracto y trivial para dejarnos sin nada entre las manos, el poemario de Hinestrosa impacta por su profundidad sin que quedemos al final indiferentes no sólo con la historia explorando alrededor de la condición humana sino por su lenguaje, el tono que logra, la altura que nos permite sentir que estamos sin duda alguna en el territorio de la poesía y ante todo que aquí está la vida vuelta lenguaje, que es al fin y al cabo de lo que trata la literatura verdadera.   
Por Hugo Neira Sanchez
    No podía dejar en el tintero lo que ha sido el devenir de nuestros campesinos. El colombiano que diga que no tiene sangre campesina, está mintiendo. En la oleada de Europeos que llegan a América, en la Conquista no solo llegaron aventureros sino muchos que vinieron a buscar el “oro”, pero llegaron tarde y se encontraron que como pobres no importaba que fueran indígenas o blancos, su subsistencia para no volver a Europa, con el “rabo entre las piernas”, tenían que hacer lo mismo que en sus tierras de origen, ya no bajo un régimen “feudal”, sino con alguna libertad, donde no se tenía  que dar razón alguna, sino también no entregar la “pernada” de su esposa e hija, además con extensos terrenos para cultivar, no importa ser siervos en forma diferente no tenían que entregar todo sino una parte  a los famosos encomenderos, personajes que no trabajaron nunca la tierra, pero la usufrutuaron, pues era un deshonor labrarla. Se van acomodando durante años, esquivando la pobreza y la subsistencia, llevando a los mercados precarios, alimentos con los cuales sobreviven los señores, empleados públicos y siervos.
Por Carlos Orlando Pardo Rodríguez

Me produce siempre gran alegría ver el nacimiento de nuevos escritores medidos esta vez en la publicación de su primer libro. Es usual que con ellos las editoriales no se atrevan porque se trata de nombres realmente desconocidos en el panorama de la literatura y sus apuestas van a otros lados. Por fortuna la editorial Caza de Libros, siguiendo el ejemplo dado por Pijao Editores en el Tolima, cumple el reto de jugársela con algunos que demuestran sentido del oficio y desde luego talento. Es lo que acaba de ocurrir con la presentación de La noche infinita, la novela de Carlos Andrés Oviedo, un joven ibaguereño que asume su tarea con devoción y podría decir con misticismo. No sólo se le ve sino se siente y mucho más cuando detrás suyo se encuentran dos libros más que junto a la noche Infinita conforman su primera trilogía y que en un futuro cercano con las debidas revisiones estará circulando entre los lectores del país. Este sólo hecho desprende cuánta ha sido su dedicación a la tarea de escribir que no la cumple como tantos de manera episódica sino visceral. Debo señalar así mismo cómo no es de aquellos muchachitos vanidosos que miran por encima del hombro y suficiencia sino conserva el evangelio de la sencillez, sin que por ello falte el conocimiento. No puede augurarse aquí sino el nacimiento de un escritor sólido y con futuro que dará de qué hablar en los días del porvenir. Pero aterricemos en la noche infinita. El tema de su obra literaria no es nuevo porque son numerosos los textos que refieren al protagonista de una obra desde “la clarividencia de lo inasible” como bien la define Benhur Sánchez Suárez, pero en literatura no existen los viejos o novedosos asuntos para tratar sino la forma en que se haga. Aquí es una mujer, una niña, Solirio, el personaje central de la historia. Entre descripciones del mundo pintoresco de algunos mitos y leyendas que se encuentran bien escritos pero suenan trasnochados y con olor a lugar común, más propio de la literatura del siglo XIX y las primeras cinco décadas del XX, va generándose la atmósfera de un mundo que luego desde el espejo de la intimidad y la retrospección alcanza momentos luminosos, pero igualmente surgen a veces como mezcla tardía de un existencialismo a ultranza. De todos modos, ello no significa que La noche infinita no tenga suficientes merecimientos ni deje de reflejar a un autor que con la debida reflexión alcanzará una mejor etapa, sin que represente excusa que sea o no un volumen de juventud, puesto que son numerosos los casos de autores que comienzan con paso firme y el pie derecho su carrera y que no menciono para no abundar en listas de directorio telefónico. Resulta eso sí preocupante explorar que no existió un riguroso cuidado en el lenguaje por la repetición absurda de términos, uso de otros que disuenan frente al armonioso ritmo de una prosa vigorosa y mayor atención a la terminación de frases y párrafos que quedan inconclusos. Todos hemos caído y a veces caemos en lo mismo por mucha experiencia tenida porque el combate con el lenguaje es inclemente.  No quiero caer en la ingenuidad de relatarles de qué se trata, pero considero interesante que así no más sea nombrada sin meterse en su piel, la ciudad de Ibagué sea el espacio en que transcurre la historia, escenario olvidado en nuestra literatura porque a veces se cree que hacerlo es provincial. Unas cinco novelas apenas la refieren tangencialmente y tal vez Álvaro Hernández es por ahora quien en este género la hace en esta atmósfera. Carlos Andrés Oviedo hace la apuesta y su libro es la campanada de cómo va por buen camino, resultando una lectura grata en medio de las angustias que libran sus personajes.